Durante el neolítico medio el ser humano colonizó los bosques pantanosos del Delta del Orinoco. Este laberinto de manglares ha sido desde hace ocho mil años el refugio de una de las últimas tribus originarias de Sudamérica: los Warao. En lo más profundo de los pantanos aún es posible vislumbrar aquel mundo regido por espíritus donde sobreviven aisladas pequeñas comunidades indígenas. La pervivencia de ritos animistas y la inclusión de la comunidad transgénero en la sociedad warao quizá sean los últimos vestigios de estas tradiciones precolombinas, nunca antes documentadas visualmente.